martes, 15 de octubre de 2013

Estás maravillosa esta noche...

Tener un rinconcillo por ahí donde, de vez en cuando, dejar una nota, un comentario, una idea... tiene su punto.
Hacía tiempo que no venía por aquí a asomarme al mirador. Pero esta canción me ha recordado que el rincón sigue, libre, sin presiones ni compromisos absurdos. Y que es un buen lugar desde el que decirte que "Estás maravillosa esta noche"

lunes, 1 de octubre de 2012

Expectantes ante las expectativas...



Se afirma, con razón, que el nivel de satisfacción de las expectativas de los ciudadanos, frecuentemente, no se corresponde con los mensajes triunfalistas de los organismos oficiales con responsabilidad en materia sanitaria. Suele pasar. Ambas cosas. Las expectativas no se satisfacen y los mensajes son triunfalistas y exagerados como si formaran parte de discursos políticos (que suelen serlo).

Aún así puede ser conveniente realizar algunas precisiones. El problema según mi punto de vista está en mezclar churras con merinas y salud con sistema sanitario.

La salud (y lo referido a ella) por definición, debe ser siempre un asunto público y eso no debe admitir debate. El artículo 43 de la constitución española dice textualmente:

  •  Se reconoce el derecho a la protección de la salud.
  • Compete a los poderes públicos organizar y tutelar la salud pública a través de medidas preventivas y de las prestaciones y servicios necesarios. La ley establecerá los derechos y deberes de todos al respecto.
  • Los poderes públicos fomentarán la educación sanitaria, la educación física y el deporte. Asimismo facilitarán la adecuada utilización del ocio.

Suele pasar que los “poderes públicos” se difuminen y hagan difícil pedir responsabilidades. Como suele pasar que no las pedimos. Tampoco lo hacemos bien, ni en el sitio correcto.
Que hay problemas en el sistema sanitario es obvio, como lo es, que tenemos el deber de protestar y de demandar la mejor asistencia posible exigiendo una limpieza en las filas de meapilas quemados, que mejor estarían buscando espárragos. Pero cuidado con las alternativas (que se aproximan) y con los que convierten un derecho en negocio.
El peligro, a mi modo de ver, reside en que instancias privadas pretendan aprovecharse, como lo hacen, de la frustración e insatisfacción para en río revuelto, camufladamente, enmascarar soluciones a problemas imposibles a veces, y banales otras, previo pago de sus servicios. El debate pública-privada no se sostiene salvo con argumentos estrictamente hosteleros y de complacencia.
Haciendo uso de subjetividades y experiencias me atrevo a afirmar que la asistencia privada no soluciona los problemas de salud, ni por asomo como en la pública, aunque sí la impaciencia y desesperación.

Por otra parte, no todo lo posible es deseable y además tampoco es sostenible. Y eso hay que admitirlo (al menos hay que admitir que no van a parar de decirnos lo mismo). En este sentido, decía alguien por ahí que,  la definición de salud de la OMS de 1947 como un estado de completo bienestar físico, mental y social ha resultado ser de lo más perniciosa al ampliar casi ilimitadamente el campo de acción de la medicina y hacer creer a algunas personas, casi con fervor religioso, en la salud absoluta. Pero ni existe la salud absoluta ni existe la posibilidad infinita de mejorar la salud.

Colocada la “salud pública” en su sitio, debatamos ahora: sobre las deficiencias del sistema sanitario, sobre los buitres negociantes que transforman en problemas de salud el acné juvenil y las tetas pequeñas y sobre las expectativas que los propios implicados han generado para ser mitificados...
Y al que le pretendan cortar la pierna equivocada que se vaya al juzgado o que se bata en duelo con el presunto culpable.

jueves, 14 de junio de 2012

Rebaño anestesiado.



Le oía decir el otro día al maestro Pérez Reverte que una de las diferencias del hombre actual y el de antaño radica en que padecemos una anestesia general frente a la analgesia de nuestros mayores.  Entiendo que la diferencia entre ambas situaciones se basa en que la anestesia te limita la capacidad de sentir o de los sentidos, con la consecuente tendencia a la anulación de la actividad defensiva que los estímulos nos producen.  La analgesia sin embargo evita el dolor manteniendo la conciencia acerca de las causas que lo provocan.  Entiendo también que esa anestesia es la mayoría de las veces elegida porque nos da miedo el dolor.

Lo peor, es que ese estado nos hace impermeables a un gran número de barbaridades y partícipes de un entramado “agilipollador” que a la larga tiene consecuencias y nos deja cara de tontos. Y en cierta medida, si no totalmente, contando con nuestro beneplácito consciente o inconsciente. Dice otro habitual de las columnas, aunque en otras parcelas, que a cierta edad, todo el mundo es responsable de su cara. Y creo que no le falta razón. A partir de cierta edad ­–cumplidos los 30 años, según algunos– tenemos, pues, la cara que nos merecemos, la que hemos cultivado a fuerza de muecas y mojines. Y si hiciéramos una foto panorámica seríamos copartícipes de nuestra cara general.

Ese estado letárgico-anestésico es el que nos permite seguir comiendo después de ver en las noticias que otro coleguita se ha cansao de soportar a la Mari y en lugar de irse a por tabaco, le ha endosao tres “puñalás”, teniendo la desdicha de fallar en la que se dirigía a él mismo; o que un niño de cinco años permanece en coma después de que su santa madre se sienta sorprendida de que el ogro con el que se acuesta le hubiera tratado de moldear la carita a palos a la pobre criatura.  Estos pueden ser ejemplos extremos de esa insensibilidad generalizada, dentro de un extenso abanico que nos permite soportar a don Mariano negando el rescate como ZP negaba la crisis, a los que mandan en Andalucía proponiendo recortes cuando no se cansaban, en campaña, de convencernos de lo malos que serían los tijeretazos. Nos permite ¿asumir? que se rescate a los bancos y no a las personas desahuciadas por ellos.

Anestesiados y desorientados por la pérdida de confianza en la palabra - manipulada, traicionada, ocultada, tergiversada - y en los cretinos que nos la pidieron para “Donde dije digo, digo Diego”.

José Manuel Velasco.
@jmvelascob


 Imagen extraida del blog: 

EL PROYECTO MATRIZ



miércoles, 15 de febrero de 2012

Profesionales y chapuceros.


Esto de contar con un lugar para desahogarse de vez en cuando tiene su punto. Es como un rinconcito de espacio interno, compartido, meditado y arriesgado en ocasiones.  Aunque tampoco se moja uno como para que cale.
Con el beneplácito de su interés y con algunas sutilezas vehementes como arma, desde este mirador, puede uno apuntar como un francotirador dependiendo del humor con que lo pillan a uno las esencias ibéricas y los acontecimientos más cercanos. Unas veces te cabreas como una mona, y otras te sale la sonrisilla cómplice. Y es esa antítesis permanente la que me hace darme cuenta, que hacia un lado o hacia el otro, hay bastantes repasos por dar en esta humilde sección.
El contraste entre lo que nos hace sentir bien y lo que nos invita a salir de nuestras casillas es también lo que separa a los profesionales de los chapuceros; a los comprometidos de los interesados; a los que disfrutan con su vida, con su trabajo, con sus placeres, de los imbéciles cumplidores de sus deberes cual verdugos haciendo peonadas. Profesionales y chapuceros. 
Lamentablemente, con demasiada frecuencia se les suele encontrar en lugares equivocados, distintos al que les correspondería. Afortunadamente los años nos van haciendo más selectivos, nos ayudan a reconocer el valor de lo sencillo y a sencillamente reconocer a los gilipollas.

Francisco Leal, ponía en la chapita que lucía en su pecho cuando se acercó y me preguntó, ¿ha terminado usted? Cuando levanté la cabeza y me quité los auriculares, observé que ese hombre de casi sesenta, que a las dos de la madrugada recogía en Barajas los restos que nuestra desesperada espera generaba, se refería a mí y al vasito de plástico del café perruno de máquina que –vacío- había dejado en el asiento de al lado. Con aspecto amable y como si se tratara del mejor maître, del mejor restaurante francés, lo echó a su carrito de la basura, para con gestos suaves, despedirse amablemente, seguir durante toda la noche y ganarse los merecidos treinta mil duros a final de mes.
Don Armando García, ponía en la del capullo, engominao uniformado que, detrás de un mostrador y una ventanilla respondió malhumorado a un abuelillo que, casi a las tres de la mañana y después de cinco horas de retraso anunciado a intervalos de diez minutos, preguntó si todavía deberíamos esperar mucho más.

Profesional Don Francisco y chapucero Armandito. Algún día habría que ponerlos a cada uno en su sitio aunque desde esta atalaya particular ya ocupen el correcto.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Rosa, la iconoclasta…


Hace algún tiempo, un servidor escribía con asiduidad en “la prensa de la Axarquía”. Un compañero de páginas me acusaba entonces de “iconoclasta” y me dirigía directamente al diccionario para comprobar si me estaba insultando o me echaba un piropo.
Por aquellos tiempos, frecuentaba la pequeña pantalla un anuncio de una campaña institucional contra el maltrato machista en el que se observaba a una mujer que está siendo maltratada por su marido, mientras, impasibles, contemplaban la función varios ejemplos representativos de los que -en teoría- deberían velar por la pobre señora: juez, policía y profesional sanitario. El sistema le daba la espalda y todos nos sentíamos un poquito culpables. 
En aquellos momentos coincidía con Rosa. Rosa, la iconoclasta...

Rosa es actriz en su propia función.  Cada noche acude al teatro de la vida para representar su papel como protagonista. 
En este capítulo, el final se alarga y cuando abre los ojos se encuentra en una UVI, quince días después de que un cliente capullo, cualquiera sabe por qué, decidiera que el desenlace se tiñera de rojo, rojo sangre.  Rosa es una yonqui, putilla de carretera a la que apodamos “la letrada” por los tatuajes que adornaban su cuerpo escueto.  Encima del monte de Venus se mandó colocar un cartelito donde pone “solo para campeone”, sin “s”, pero con “ese” estilo de imprenta carcelaria.

Después del atropello, Rosa se quedó allí tirada, más húmeda de lo habitual, pero con otro olor… y pronto, comienza la función con cada actor en su sitio: policía, servicios de emergencias, hospital, comunicación al juez de guardia, horas de quirófano y bricolaje en fémur, peroné, húmero, pelvis y costillas.
Quince días de oscuro letargo, que a buen seguro, habrán sido los más tranquilos de su puta vida, le devuelven al timón  del territorio que ha escapado a vendas y apósitos.  
Como un conejillo acorralado y observado en su jaula, se convierte en espectadora de los que la tienen a ella por protagonista de la obra. De no haber sido así, como era, ella hubiera gritado: “Mírame, #Diferencia_T

Pero la función llega a su fin, los actores secundarios tienen otros papeles que interpretar. Y la actriz principal se despide, camino a las bambalinas junto a “er chino” que hará de tramoyista bajando el telón.  
Los presentes aplaudirán por lo bien que ha funcionado todo y lo seguros que podemos sentirnos.  Los únicos aplausos que oirá Rosa serán sus propias palmadas sobre su antebrazo buscando una vena para un próximo chute que la lleve junto a otras estrellas volviendo a sumergirse en la cara oscura del anuncio de televisión.

¿Cómo no ser iconoclasta, compañero?

 es una iniciativa que promueve la humanización de la atención sanitaria. 
Toda la información en: http://diferenciate.org/

José Manuel Velasco

sábado, 17 de diciembre de 2011

clac, clac, clac, clac...

Como decíamos ayer... en la carta al imbécil (o a nosotros mismos), la vida cambia en un segundo. A pesar de ese conocimiento (¿hay otro tan simple que sea tan importante?), la conciencia de eso no nos mueve a cambiar de postura.

Hay experiencias que ayudan:

viernes, 9 de diciembre de 2011

El cuento de la Navidad.

Ahí fuera hace un frío que pela.  He salido esta tarde y no era el único al que se le ha quedao la nariz como un témpano. 
Hoy, entre tanta gente en la calle, un año más he sentido de nuevo que la virgen María debe estar a punto de romper aguas.
Como venían pronosticando algunas campañas comerciales desde hace un tiempecito, se acerca la Navidad. 
Los que diseñan estas campañas, deben tener contacto directo con los Reyes Magos, que precozmente les dirán algo como:  “mira niño, que ya hemos visto la estrella y vamos a salir p’allá, empezad con lo vuestro.” 
El caso es que cada año salen antes.  Poco a poco la navidad se va extendiendo a todo el mes de Diciembre.  Imagino que a sus majestades les costará encontrar un destino seguro para su viaje, porque en Belén la cosa está chunga.  A ver si van a llegar ellos con el buen rollito de la navidad y los va a recibir un tanque israelí corriendo detrás de veinte palestinos  con piedras y todo.

Volvemos a encontrarnos con una fiesta que tiene adeptos y contrarios y de la  que resulta difícil mantenerse ajeno.  Independientemente del grado de espíritu navideño que poseas, cada año por estas fechas se dan una serie de fenómenos que te hacen cambiar, aunque solo sea de talla del pantalón.
Es normal que te cambien  el turrón, los langostinos, cenar con los colegas y volver a casa por navidad...  Pero igualmente te cambia tanta lucecita de colores, tanto villancico, tanto atasco y tanto tele maratón con lagrimita hipócrita incluida. 
Rebosan buenas intenciones por todos lados.  Lo extraño es que ese superavit de solidaridad y buenos deseos no consigan abolir o mitigar un poquito las desigualdades que incluso se hacen más patentes en estas fechas.  Quizás, aprovechando la actual corriente reformista constitucional debierán plantearse, como ocurre con la sanidad o la educación, incluir algún artículo que dijera algo así como:  Todos lo españoles tienen derecho a volver a casa por navidad y a brindar con cava, comer pavo, esquiar un poquito y recibir regalitos...

Necesitamos excusas para pasarlo bien y disfrazamos este tiempo de derroche emocional y monetario con una historia que no se cree ni Dios que era el padre según se supone, ya que el carpintero ni se enteró.
Yo lo que no entiendo es porque nos cuesta tanto llamar a las cosas por su nombre.  Por qué no diferenciar la celebración de la llegada del niño Jesús que ha nacido en el portal un porrón de veces ya,  de unos días de juerga, en los que vamos a coger unos quilitos, a hacernos regalitos y por supuesto, a seguirles el rollo a los que dicen que ahora toca gastar para empezar el año con nuevos aires hasta en los bolsillos.
Hablando con un amigo nos planteábamos como marcan algunas cosas y como este tiempo que se aproxima puede tener una especial facilidad para dejar recuerdos o para traerlos hasta el presente.  Probablemente, porque con eso del espíritu navideño todo se maximice incluidos los recuerdos. 

Pasado un tiempo, Letizia con z, recordará sus primeras navidades reales con dos cuñaos a los lados, esperando que termine el discurso del suegro para que se quite las gafas y poder empezar a comer.

Otros, recordarán el sabor del pavo de Afganistán antes de irse a la garita a pasar frío esperando que nadie los caliente.

Otros, ni se acordarán de eso porque tendrán recuerdos peores…

Otros, no llegarán a poder contar nada, porque se les acabó el cuento...

José Manuel Velasco.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Querido Imbécil.

Querido imbécil:
Ya te lo decía Pérez Reverte en otra carta con el mismo título que esta, a la que parece que no le prestaste demasiada atención.
Los coches son caballos de hojalata que devoran a su propio jinete.  Las emociones fuertes que se buscan con alcohol y gasolina, acaban siendo fuertes portazos.
Cuando la voz del surtidor  dijo eso de: “Gracias por repostar con nosotros, le deseamos un feliz viaje...”, os reíais de lo absurdo que parecía.  Lo absurdo y lo inesperado siempre son compañeros de viaje, hasta que este termina. 
Somos tan frágiles que te temblarían las manos si lo supieras.  Todo cuanto tenemos, que parece tan sólido y tan valioso y tan definitivo, se va al carajo en un soplo, en un segundo y al menor guiño del azar. 
Anoche ingresaste en la UCI.  Detrás de ti, dejaste algunas puertas cerradas.  Que curioso, verdad, con solo veinticuatro añitos y “tantas cosas por NO hacer”.

Repasemos: Del brazo te curarás, aunque lo notarás en los cambios de temporada pues ese tipo de fracturas se hace recordar.  Eso sí, antes, pasarás por quirófano un par de veces y cuenta con que no se te infecten los puntos.
La herida de la pierna, tampoco fue para tanto.  Un trozo de tibia menos y unos musculitos bien desarrollados con unas horitas de gimnasio, en los que no tendrás que invertir más pelas.  Pero no te preocupes por eso; para ir en silla de ruedas, tampoco los necesitarás. Las fracturas vertebrales son muy puñeteras y bastante oligocéntricas, les gusta llamar la atención y anular lo que de ellas dependa.
No deberás volverte a preocupar porque la tengas pequeña; ahora, si que no importará el tamaño.  Espero que la hayas disfrutado lo suficiente porque tu novia, desgraciadamente, tampoco volverá a pedirte “más y más”.  Cuando te recogieron a ti, la dejaron bien abrigadita con una manta por encima.

Vaya batallita para contarle a los nietos, de los otros (porque tú no podrás tenerlos)
Bueno, pensándolo bien, tampoco se sabe aún si podrás hablar o no.  Del trompazo del coco no pueden saberse, aún,  las consecuencias que tendrá.  Ten paciencia, habrá que esperar un poquito.
Eso sí, recuerdos tendrás.  No necesitarás hacerte otro tatuaje para marcar diferencias.  Conservarás para siempre un boquetito en la garganta y las marquitas de 112 puntitos de seda repartidos por tu body.  Por los de la cabeza no hay que preocuparse porque el pelo  los tapará cuando crezca.  Los de dentro se reabsorben solos, así que ni caso.  Eso si, los de la cara y la frente, ni el cirujano de la Yola Berrocal te los podrá disimular.
De todas formas, igual nos estamos precipitando pues te quedan unos diitas de UCI y todavía no tienes tan claro que no te vayas a reunir con tu novia.  Desgraciadamente, no podrá ser en el pisito ese tan mono que habíais comprado entre los dos y que ahora se quedará el banco.
Del coche, te quedaban unas letras y si sales de ésta, tendrás que pagarlas, o mejor tu mami y tu papi porque como ahora estabas parao..., no sé yo si te quedará alguna paguilla.  De arreglarlo, ni hablar, se quedó como un acordeón desafinao.
Tus padres llegaron al par de horas.  Él, no habló nada.  En sus ojos llorosos se atisbaba una gran impotencia.  Después se desahogó llorando cuando me dijo que te había regalado la entrada del carro.

Tu madre, no paró ni un momento.  Después de tirarse diez minutos de rodillas al lado tuyo, empezó a contarte lo mucho que te cuidaría.  “Con lo bueno que tú eras...”. 
Lo que pasa es que la pobre ya está mayorcilla y con sus achaques...,   Lo que más le preocupaba era qué pasaría contigo cuando ella no estuviera; porque no cualquiera, por muy hermano o cuñada que sea, le limpia las babas y la mierda a un pobrecillo inválido como tu.
Quizás para ese día los del SOE hayan ganado de nuevo las elecciones y con la política social que prometían no recortar, hayan abierto residencias para imbéciles como tu...  Y como yo.

Que tengas un buen viaje. Decía el surtidor.


José Manuel Velasco 

domingo, 20 de noviembre de 2011

¿Hay alternativas? Pos claro, pero no todas valen...







Cansado de oír gilipolleces amedrentadoras y acojonantes, me propongo disfrutar de otras visiones más alentadoras y positivas: los autores de este libro piensan “que se pueden hacer otras cosas distintas a las que proponen la patronal, los banqueros, los directivos de los bancos centrales y los políticos que comparten con ellos la ideología neoliberal.”


 
 

sábado, 19 de noviembre de 2011

Contra el poder

Contra el poder que nos enseña sólo aquella mitad

contra el poder que nunca abraza a los que pueden pensar

que debilita y nada da que sólo quita

contra el poder que nos obliga a engañarnos

contra el poder que no descansa y se detiene a beber junto a las fuentes del sabor y el deseo



viernes, 4 de noviembre de 2011

Dicen que la distancia es el olvido.


Dice la copla que la distancia es el olvido. Probablemente la distancia que, pasada la campaña electoral, separa a los ciudadanos de sus representantes propicie la ruptura del romance establecido durante los quince días de ligoteo previos a las elecciones.
Ese distanciamiento que se produce con los electores, se hace también patente entre los gobernantes y sus propias bases, haciendo más difícil aún obtener la credibilidad y confianza que demandan.
Acabamos de entrar en periodo de cortejos. Sin complejos y sin ruborizarse lo más mínimo algunos, preparan sus mejores galas y calientan motores para iniciar una etapa más en su carrera como si de la vuelta ciclista se tratara. Si penosa resulta la campaña por la cantidad de idioteces que se vierten desde todos los bandos, más penoso aún resulta este momento previo, en el que se trata de recuperar el tiempo perdido durante los últimos cuatro años, procurando recomponer un mensaje y rehacer una estructura que se empeñarán en mostrarnos como agrupación cohesionada y feliz.

En política, como en casi todos los órdenes de la vida, uno tiene el valor que le dan los demás y eso hay que ganárselo. El problema, afortunadamente para algunos, es que el baremo para establecer esos valores no está claro ni se aplica uniformemente. Otro gallo cantaría si tuviéramos un poquito de memoria y les recordáramos a los candidatos las promesas incumplidas en anteriores intentos de llevarnos al huerto. O lo abandonados que nos hemos sentido viéndolos venderse a los mejores postores obviando las demandas y peticiones que el pueblo les hacía.

Yo echo en falta a unos candidatos que no nos tomen por tontos, que se dejen de mensajes ambiguos y demagógicos para exponer claramente sus intenciones y también sus limitaciones. Candidatos que una vez en el poder no guarden el programa en el cajón sino que lo mantengan encima de la mesa y en el tablón de anuncios para ir tachando los pasos dados.
Y la jornada de reflexión, que se la ahorren. ¿O es que acaso no hemos tenido tiempo de reflexionar desde las últimas elecciones?
                                                                                


José Manuel Velasco Bueno.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Nos van a saturar... hasta donde nos dejemos.

“Es frecuente hablar y escribir de modo rutinario, sin tener cosas que decir, ni buen gusto, ni conocer el valor de las palabras, cuando no para embaucar, ...
...en vez de hablar y escribir únicamente para informar, educar, instruir y deleitar”.
Farreras P. Med Clin (Barc) 1943; 3: 213-215.


viernes, 24 de junio de 2011

ENCANTADO DE CONOCERLE

Creo que no me resulta muy difícil escuchar, e incluso admitir ciertas cosas con las que estoy en total desacuerdo, cuando se expresan de una forma razonable. Llevo peor la prepotencia. Me agobian especialmente los chulos que se montan en su pedestal artificial, se instalan ahí arriba y no se bajan ni para cumplir con Roca.

Que uno sea tonto y decida salir del armario me parece muy bien pero que trate de hacerse el listo y de dejar al resto como inútiles me da cien patadas. Imagino que habrá algún componente genético que predisponga a adoptar ese tipo de conducta y basta con un pequeño empujoncito circunstancial de los que la vida aporta para configurar a lo que podríamos llamar "perfecto mamón".

Los que adquieren tan preciada consideración suelen ejercer de forma constante, o al menos en determinadas parcelas donde sienten tener poder. Peor aún, es cuando fuera de esos ámbitos siguen con su rol.

No hace mucho tiempo que en este mismo espacio escribía sobre lo poco o lo mal que protestamos, lo frecuentemente que agachamos la cabeza convirtiéndonos en dóciles borreguitos y asumiendo lo que nos presenten sin estar convencidos. Después, suele pasarse mal y es entonces cuando nos protestamos a nosotros mismos por habernos callado anteriormente ante el gallito que acaba de cacarear.

Hay épocas en que uno tiene la desdicha de toparse con especimenes tocados por la mano celestial de forma más frecuente de lo habitual. El otro día conocí a uno. Quedamos por un asunto que no viene al cuento, y nada más verlo me dio el tufillo. Repeinao, camisa de cuello durito, vaqueros con raya ... y lo más característico; aire de superioridad en el lenguaje verborreico y despectivo que usan. Antes de despedirnos me pasó una tarjeta en la que se veía bien clarito debajo de su nombre la palabra Director.

Definitivamente, yo me equivocaba y en lugar de encontrarme con fulanito de copas había quedado con el señor Director. El colega había abandonado su YO para convertirse en el Director y por tanto, su labor era dirigir. El cargo le había suplantado la personalidad y le gustaba. El asunto en cuestión no tenía nada que ver con lo que este buen señor tuviera a bien dirigir pero el hombre se empeñaba en hacerlo siendo su forma verbal favorita el imperativo. Cuando te encuentras con uno de estos caballeros se suceden varios estados poco a poco. Lo primero que aparece es asombro, seguido de perplejidad para luego dudar entre si lo mandas a tomar por donde la espalda pierde su honroso nombre o te ríes en su cara e igualmente lo mandas a tomar por culo.

Hay un momento diario que siempre he valorado mucho: el ratito que precede al instante en que nos estamos quedando dormidos. Se convierte en un repaso a veces inconsciente a lo hecho durante el día, a los planes para mañana... Un momento de reencuentro con lo más profundo de nosotros mismos. Nuestros deseos, nuestros miedos, nuestras alegrías y nuestras miserias. Si el estado mental en que nos situamos en ese momento se repitiera varias veces al día las cosas cambiarían y nos relacionaríamos de forma distinta con nuestro entorno. Se darían con menos frecuencia ciertas posturas alienantes que dificultan el entendimiento. El señor director se reencontraría con el tipo que se estaba duchando esa mañana y podríamos decir con más frecuencia encantado de conocerle.

José Manuel Velasco

martes, 19 de abril de 2011

Dice una voz popular...

Dice una voz popular, ¿Quien me presta una escalera para subir al madero para quitarle los clavos a Jesús el Nazareno... ?
A saber lo que diría el Nazareno si realmente alguien le quitara los clavos y pudiese apreciar por si mismo en lo que se ha convertido su entierro.

Todos los fenómenos analizados con detenimiento tienen matices que escapan de la razón. Lo que pasa es que no siempre es apetecible que se produzca ese análisis.
La sociología vista desde fuera parece una ciencia abstracta y desligada del día a día. La sociología aplicada a la realidad nos haría ser mucho más conscientes de nuestras miserias y más responsables de nuestros actos por lo que quizás no estaríamos dispuestos a tanto.

En esta época del año se suceden distintos periodos que bien merecerían un buen analista. Llega la primavera, que el cuerpo altera, y con ella aparece un ansia de fiesta, vacaciones, etc., que obliga a celebrar todo tipo de cosas.
Por razones históricas pero coincidentes con este periodo, la semana santa no puede escaparse de ese aire lúdico festivo propio del momento. Independientemente de que esta manifestación religiosa aguantara, por si mismo, algún tipo de análisis, que teóricamente debería hacerse desde el punto de vista de la teología, se han ido añadiendo matices que, cuando menos, hacen necesaria una reflexión.

Hace unos años una ex_ Ministra de Sanidad, otra a analizar, se convierte en pregonera de la semana santa malagueña. Ella, se sentía muy contenta por ser la primera mujer a quien se daba la oportunidad de ocupar tan ilustre privilegio. Cuando una avezada periodista le preguntó cómo se compaginaba eso con su declarado agnosticismo la respuesta es que la vida personal y las creencias de cada uno constituyen parte de la intimidad de cada cual y por tanto se niega a hablar del tema. Muy respetable su segunda apreciación señora ex ministra.

En Sevilla, Don Curro Romero, mataor de prestigio ya retirado el hombre, esperaba emocionado, con lagrimas en los ojos, para ver como sale del templo su virgen favorita estrenando nuevo manto elaborado con uno de sus trajes de luces más preciados.

Los bomberos de Nueva York que estaban de gala por Europa, procesionan otro trono sumándose a una celebración popular de un pueblo que hasta hace poco creían que estaba debajo de México.

El alcalde de Málaga (he dicho bien el alcalde, no el obispo) interviene en un programa líder de audiencia de la mañana radiofónica para exhibir las ventajas de la semana santa malagueña con respecto a otras porque claro “la Costa del Sol tiene un caché”.

Los periódicos añaden suplementos con publicidad abundante donde se explican con detalle pero con un lenguaje un tanto enrevesado los por menores de la festividad.

Algunos canales televisivos se convierten en casi monográficos y extremadamente detallistas a la hora de retransmitir cada minuto de la pasión popular.

La cabra de los novios de la muerte bien merecería capítulo aparte.

Y esta pasión crece y crece sin cesar pues se unen a ella los condimentos necesarios para hacer un buen cocktail de emoción y espectáculo. Se da el caldo de cultivo propicio para que todos aquellos personajes ávidos de emoción y cansados de celebraciones aburridas necesiten algo más y se sientan defraudados por no tener pregoneros, ni ministras ni bomberos...

Ya se quedan cortas las sensaciones que provoca una saeta en la puerta de Gonzalo, el olor a cera e incienso o la callada emoción de unas mujeres descalzas con velas en las manos siguiendo a unas imágenes en procesión.

Todo esto sin adornos ya tiene un trago, cuanto más con ellos.

En Torrox, aún conservamos una celebración modesta aunque no menos emocionante. Mejor dicho coexisten varias celebraciones. Al igual que varias intenciones. Por un lado, los que intentan unirse al carro de la modernidad (por aquello de que lo que está de moda es hacer la fiesta lo más aparente posible), o todo o nada; y los que tratan de vivirlo desde otra perspectiva no menos pretenciosa pero sí menos ruidosa.

Puedo leer, en este momento, en un documento usado por los grupos parroquiales de Torrox para la celebración de la semana santa 2002, una frase que se encuentra bajo dos crucifijos distintos en la que dice. “Ningún crucificado tiene interés turístico, pero sí dignidad humana”. En ese mismo documento se recoge una oración como el Padre Nuestro, por todos conocido, con algunas adaptaciones. Después de decir el sacerdote: “...en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día...” Se añade luego otra frase para el resto de los asistentes que dice: “...pero dáselo sobre todo a los que no lo tienen, a los hijos que mueren de hambre, y a los padres que no tienen ni fuerza ni trabajo para ganárselo. Da a todos el pan de la cultura, el pan de la paz...” y continúa...

Pero esto no sale en la tele, ni en la radio... Y sale en “La Prensa” porque alguien que está cansado de escuchar tonterías tiene amigos que, independientemente de las creencias particulares de cada cual, como dice la ministra, están dispuestos a analizar lo que ocurre a su alrededor desde la profundidad que haga falta sin necesidad de coincidir, ni de micros, ni de radio, ni de alcaldes al lado, ni autoridades de escolta, ni bomberos norteamericanos.

“...No puedo cantar ni quiero, a ese Jesús del madero sino al que anduvo en la mar...”

jueves, 14 de abril de 2011

El talante de los cajeros con chaqueta, corbata y gomina.

Desde hace ya algunos años en que Zapatero sacara del cajón la palabra “talante”, dicho término se ha investido de poderes sorprendentes. Si al igual que se miden las audiencias de televisiones y radios, hubiera posibilidad de medir el número de veces que se ha usado la palabra “talante” desde el 2004, creo que podríamos observar una gran revalorización del término. La palabrita en cuestión provoca efectos desconocidos hasta la fecha de forma que algunos la han incorporado a su lenguaje habitual y otros la detestan encasillando a los que la emplean.

Les cuento: no es que yo tenga nada en contra de las chaquetas y las corbatas pero coincidirán conmigo en que esas dos prendas combinadas con un poquito de gomina en el pelo y un silloncito tras una mesa, en determinados momentos, provocan una metamorfosis en la personalidad de los portadores de dicho atuendo.

Les pongo un ejemplo. Me disponía yo el otro día a realizar un pago de un recibo que no viene al cuento en la oficina de Unicaja más cercana que tampoco viene al cuento. Tras una corta espera, llega mi turno y tras explicar mi intención, mi gozo en un pozo, me dice el señor de la corbata que hoy es viernes y son las once de la mañana. Vuelva usted el martes y más tempranito, entre las ocho treinta y las diez y media. Perplejo, miro a uno y otro lado constatando que entre el otro colega del engominao y yo, sumábamos tres. O sea, que estábamos solitos, casi en familia y no veía yo motivo alguno por el que tener que posponer a otro día, que a mi no me hacía ninguna gracia, una operación que, por mucho que se complicara, no duraría más de dos minutos. Cuando pregunto el por qué de esa imposibilidad, me explican que hay una norma establecida que figura en una normativa interna y que las normas no se hacen por gusto sino para cumplirlas. Sin entender aún y sin compartir aún menos, eso del obligado cumplimiento de normas absurdas me dispongo a usar mi condición de cliente que pensaba yo que siempre tenía la razón. Ejerzo como tal y solicito, relleno y presento la pertinente hoja de reclamaciones provocando un enaltecimiento del susodicho cajero y un deseo irrefrenable de ejercer aún más de Señor con chaqueta, corbata y gomina. Fue entonces cuando, creo que equivocadamente, saqué a la palestra la palabra “talante”, sin pensar, necio de mí, que la combinación de los elementos mencionados con la palabreja del año pudiera provocar reacciones tan desproporcionadas.

Desde entonces, me he propuesto usar con más precaución la palabra “talante” y a los cajeros engominados, enchaquetados, encorbatados y agilipollados, mandarlos directamente y sin más miramientos a tomar por donde la espalda pierde su honroso nombre.

José Manuel Velasco Bueno.

domingo, 27 de marzo de 2011

Desconfiados.

Nunca he considerado las gasolineras como lugares ideales para nada, salvo para apreciar con sorpresa una y otra vez lo fácil que resulta quemar el dinero. Como las monedas no arden, las cambiamos por combustible en un trueque en el que siempre salimos perdiendo.


Las gasolineras ya no son lo que eran ni por precios ni por nada. Cada vez, se van pareciendo más a estaciones espaciales ultramodernas e impersonales. Los gasolineros de antes –especie en extinción- que mientras te echaban el chorrito te contaban la noticia del día, han pasado a estar detrás de un altavoz.
El otro día, de pronto uno me dió un susto: descuelgo la manguera y una voz femenina, calida y sensual me dice “ha elegido usted patatín patatán”. De pronto, otra voz más ruda y autoritaria añade “Caballero, tiene que pasar por caja antes de repostar”. Comprobé que el fulano que se encontraba al fondo en su refugio tras la mampara de cristal, ejerciendo su parcelita de poder, me miraba como diciendo: “´ésto es lo que hay rapidillo, que eres tú muy rapidillo”. Al colgar la chica añadió “gracias por repostar con nosotros, le deseamos un feliz viaje”. Me entraron ganas de contestarle que todavía no había empezado.
Me voy para el muchacho, le explico que tenía la intención de llenar el depósito y que por tanto, no podía precisarle cuanto quería echar. A través del intercomunicador, la voz metálica me vuelve a contestar en tono conminatorio, “caballero, para eso me tiene que dejar su tarjeta o un depósito en metálico”. Me eché mano a la cartera para cumplir con mi obligación como “caballero” mientras pensaba que en realidad el capullo este, que no era más que un mandao del capullo de su jefe, no se fiaba de mí. No es que tenga que exigir que nadie lo haga, pero por qué me tenía yo que fiar de él.
Le dí las buenas noches y por no mandarlo a paseo, me lo di yo hasta la próxima gasolinera donde, sin ningún problema, reposté lo que necesité y pagué tras decirle “de nada” a la chica enlatada.
Imagínese usted que va a cenar a un restaurante y el camarero le dice: Págueme antes o déjeme un depósito. O que va al supermercado y le endosan la cuenta antes de hacer la compra de la semana.
Mire usted señor gasolinero, présteme un servicio y cóbreme lo que quiera, pero no me pida que me fíe de quien manifiestamente desconfía de mí.
Mire usted, si ese día la gasolinera Repsol de Algarrobo no hubiera hecho nada de caja porque todos los “clientes sospechosos” se hubieran ido a la siguiente en Benagalbón como hice yo, usted tendría que joderse y no tendría más remedio que ser más confiado, cuidar a los clientes que en definitiva son los que le dan de comer o cerrar el chiringuito.
Mientras tanto, no estaría mal que alguna asociación de consumidores hiciera uno de esos estudios que establecen ranking de todo, asegurándole un lugar privilegiado en el de gasolineros desconfiados.
José Manuel Velasco.