domingo, 9 de enero de 2011

Ella

El desayuno es una de las comidas más importantes según cuentan los expertos. A mí me resulta de las más agradables. Por motivos que no vienen al caso, con frecuencia suelo hacerlo fuera de casa y compartirlo con algunos compañeros. Alrededor, otros ojos pegados cobran fuerzas para abrirse y emprender diferentes actividades. Caras de sueño que se incorporan tras el paréntesis nocturno a los asuntos pendientes del día anterior. Los bares por la mañana tienen su olor peculiar, sus ruidos particulares y sus gentes.


Ella siempre entra sola. Unos setenta años que podrían ser sesenta y cinco. Pelo corto y blanco. Cara expresiva y curtida, con apariencia de haber vivido muchas cosas, no se si buenas o malas. Monedero de veinticinco por diez bajo la axila y algún billete enrollado en su mano derecha. No saluda aunque es la más habitual de los clientes. Mira de soslayo a su alrededor mientras parece hacer cuentas rápidas. Tras breves preparativos iniciales, de posicionamiento, comienza su rutina matutina. El camarero conoce sus hábitos y por tanto, tampoco necesita cruzar palabra para atender sus pretensiones inmediatas y devolverle las diez o veinte monedas que se corresponden con el billete que ella le entrega. No solemos compartir mas de quince o veinte minutos pero es tiempo suficiente para apreciar que no es feliz, o que al menos no lo aparenta. La tranquilidad inicial que la acompaña se acentúa aún más cuando introduce la primera moneda y se va convirtiendo en nerviosismo e inquietud conforme transcurren los minutos. Cada cierto tiempo, una mirada nerviosa al televisor colgado en la esquina que le queda a la izquierda, la conectan unos segundos con la realidad en la que se encuentra. Pero le basta girar la cabeza, de nuevo a la derecha, para regresar a su abducción. Concentración nerviosa. Ansiedad creciente mientras se desplaza de nuevo a la barra para, con un gesto, mostrarle otra vez al camarero sus deseos, especialmente interesada en que nadie ocupe el sitio que momentáneamente ha abandonado. El camarero responde a sus pretensiones con facilidad aunque con gesto incomodo, insatisfecho, dudoso de si se corresponden sus actos con lo que desearía.

Ella vuelve a su duelo particular. A mover las manos con las mismas secuencias, y los pies inquietos y la cabeza, y a fruncir el ceño sobre los ojos casi llorosos cuando la maquinita se para, suelta un incómodo ruido y le refleja unas luces estridentes que la invitan a que eche las tres últimas monedas que había reservado para unas barras de pan. En un último barrido al tendido con mirada desesperada ya, maldice por dentro su suerte y se retira de esa puta caja luminosa y ruidosa que cada mañana la atrae hasta una rutina frustrante.

Agachando la cabeza, se marcha sin despedirse y se camufla entre el resto de transeúntes que acaban de desayunar.

José Manuel Velasco.

viernes, 7 de enero de 2011

Recuerdos

Han acabado las fiestas.
Como quien no quiere la cosa hemos cambiado de año... Aunque quizás no haya cambiado nada realmente. Seguro que no ha cambiado nada, ¿en que ha cambiado tu vida desde hace dos semanas? Tienes el mismo trabajo, la misma casa, la misma familia, los mismos amigos...Probablemente algún kilo de más.

Con cambios o sin ellos, cada día que pasa nos va dejando alguna huella, algún recuerdo.

Recordaba con un amigo como marcan algunas cosas. Quizás este tiempo que acabamos de pasar tenga una especial facilidad para dejar recuerdos, probablemente porque con eso del espíritu navideño, todo se maximice, hasta los recuerdos.

Hablaba yo con mi amigo y recordaba los Reyes que le regalaron un Exín Castillo, como lo encontró montado por su hermano cuando se levantó por la mañana y como lo aprovechó durante los días siguientes y los años siguientes. Antes los juguetes duraban años.

Un juguete podía convertirse en el centro de nuestras vidas durante una temporada. Digo un juguete porque normalmente era uno solo el que se recibía, parecía como si no hubiese abuelos ni tíos ni Papa Noel ni Santa Claus. Había un juguete que como en el caso de mi amigo se convirtió en un recuerdo.

¿Se convertirán los juguetes de hoy en un recuerdo o se difuminarán con los otros 15 o 20 que reciben? Yo creo que mis hijas no son capaces de nombrar los que han recibido en apenas diez días. Yo tampoco.

Mi amigo me comentaba algún recuerdo más. Él se bañaba los sábados porque en su casa no había ducha ni bañera, ni grifos... Tenía que bajar a por el agua a un patio y luego calentarla en ollas, y después del baño, en un lebrillo de hojalata, tenía que limpiar el agua que caía fuera; así que bañarse constituía todo un engorro, y no solo eso si no que había que disponer de tiempo suficiente y por eso los sabados aprovechaba que no había que levantarse temprano al día siguiente para escuchando de fondo Informe Semanal darse su baño semanal.

Lo del Exín Castillo me lo ha contado unas cuantas veces, lo del baño también.

Lo bueno es que este amigo tiene recuerdos y puede contarlos. Unos buenos y otros no tanto.

Dentro de algunos años otros niños de hoy contarán sus recuerdos. Algunos contarán como recuerdan el año en que recibieron la video consola, con el escalextric, con el no seque del universo y con el fantástico héroe del desierto además del walkman sumergible y la pistolita inoxidable que lanza pelotitas fluorescentes sin olvidar el patinete con el que se partió el labio. Y ¿fueron esos reyes los que le trajeron el proyector de disney que descubrió tres meses más tarde en el altillo del armario?

Otros recordarán cuando le trajeron su castillo que ni era Exín, ni era siquiera un castillo.

Otros se acordarán del baño de la noche de reyes en el baño de zinc.

Otros ni se acordarán de eso porque tendrán recuerdos peores.

Otros no llegarán ni a poder contar nada porque se les acabó el cuento...