viernes, 9 de diciembre de 2011

El cuento de la Navidad.

Ahí fuera hace un frío que pela.  He salido esta tarde y no era el único al que se le ha quedao la nariz como un témpano. 
Hoy, entre tanta gente en la calle, un año más he sentido de nuevo que la virgen María debe estar a punto de romper aguas.
Como venían pronosticando algunas campañas comerciales desde hace un tiempecito, se acerca la Navidad. 
Los que diseñan estas campañas, deben tener contacto directo con los Reyes Magos, que precozmente les dirán algo como:  “mira niño, que ya hemos visto la estrella y vamos a salir p’allá, empezad con lo vuestro.” 
El caso es que cada año salen antes.  Poco a poco la navidad se va extendiendo a todo el mes de Diciembre.  Imagino que a sus majestades les costará encontrar un destino seguro para su viaje, porque en Belén la cosa está chunga.  A ver si van a llegar ellos con el buen rollito de la navidad y los va a recibir un tanque israelí corriendo detrás de veinte palestinos  con piedras y todo.

Volvemos a encontrarnos con una fiesta que tiene adeptos y contrarios y de la  que resulta difícil mantenerse ajeno.  Independientemente del grado de espíritu navideño que poseas, cada año por estas fechas se dan una serie de fenómenos que te hacen cambiar, aunque solo sea de talla del pantalón.
Es normal que te cambien  el turrón, los langostinos, cenar con los colegas y volver a casa por navidad...  Pero igualmente te cambia tanta lucecita de colores, tanto villancico, tanto atasco y tanto tele maratón con lagrimita hipócrita incluida. 
Rebosan buenas intenciones por todos lados.  Lo extraño es que ese superavit de solidaridad y buenos deseos no consigan abolir o mitigar un poquito las desigualdades que incluso se hacen más patentes en estas fechas.  Quizás, aprovechando la actual corriente reformista constitucional debierán plantearse, como ocurre con la sanidad o la educación, incluir algún artículo que dijera algo así como:  Todos lo españoles tienen derecho a volver a casa por navidad y a brindar con cava, comer pavo, esquiar un poquito y recibir regalitos...

Necesitamos excusas para pasarlo bien y disfrazamos este tiempo de derroche emocional y monetario con una historia que no se cree ni Dios que era el padre según se supone, ya que el carpintero ni se enteró.
Yo lo que no entiendo es porque nos cuesta tanto llamar a las cosas por su nombre.  Por qué no diferenciar la celebración de la llegada del niño Jesús que ha nacido en el portal un porrón de veces ya,  de unos días de juerga, en los que vamos a coger unos quilitos, a hacernos regalitos y por supuesto, a seguirles el rollo a los que dicen que ahora toca gastar para empezar el año con nuevos aires hasta en los bolsillos.
Hablando con un amigo nos planteábamos como marcan algunas cosas y como este tiempo que se aproxima puede tener una especial facilidad para dejar recuerdos o para traerlos hasta el presente.  Probablemente, porque con eso del espíritu navideño todo se maximice incluidos los recuerdos. 

Pasado un tiempo, Letizia con z, recordará sus primeras navidades reales con dos cuñaos a los lados, esperando que termine el discurso del suegro para que se quite las gafas y poder empezar a comer.

Otros, recordarán el sabor del pavo de Afganistán antes de irse a la garita a pasar frío esperando que nadie los caliente.

Otros, ni se acordarán de eso porque tendrán recuerdos peores…

Otros, no llegarán a poder contar nada, porque se les acabó el cuento...

José Manuel Velasco.

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