Se afirma, con razón, que el nivel de
satisfacción de las expectativas de los ciudadanos, frecuentemente, no se
corresponde con los mensajes triunfalistas de los organismos oficiales con
responsabilidad en materia sanitaria. Suele pasar. Ambas cosas. Las expectativas
no se satisfacen y los mensajes son triunfalistas y exagerados como si formaran
parte de discursos políticos (que suelen serlo).
Aún así puede ser conveniente realizar
algunas precisiones. El problema según mi punto de vista está en mezclar
churras con merinas y salud con sistema sanitario.
La salud (y lo referido a ella) por
definición, debe ser siempre un asunto público y eso no debe admitir debate. El
artículo 43 de la constitución española dice textualmente:
- Se reconoce el derecho a la protección de la salud.
- Compete a los poderes públicos organizar y tutelar la salud pública a través de medidas preventivas y de las prestaciones y servicios necesarios. La ley establecerá los derechos y deberes de todos al respecto.
- Los poderes públicos fomentarán la educación sanitaria, la educación física y el deporte. Asimismo facilitarán la adecuada utilización del ocio.
Suele pasar que los “poderes públicos” se difuminen y
hagan difícil pedir responsabilidades. Como suele pasar que no las pedimos.
Tampoco lo hacemos bien, ni en el sitio correcto.
Que hay problemas en el sistema sanitario
es obvio, como lo es, que tenemos el deber de protestar y de demandar la mejor
asistencia posible exigiendo una limpieza en las filas de meapilas quemados,
que mejor estarían buscando espárragos. Pero cuidado con las alternativas (que
se aproximan) y con los que convierten un derecho en negocio.
El peligro, a mi modo de ver, reside en
que instancias privadas pretendan aprovecharse, como lo hacen, de la
frustración e insatisfacción para en río revuelto, camufladamente, enmascarar
soluciones a problemas imposibles a veces, y banales otras, previo pago de sus
servicios. El debate pública-privada no se sostiene salvo con argumentos
estrictamente hosteleros y de complacencia.
Haciendo uso de subjetividades y
experiencias me atrevo a afirmar que la asistencia privada no soluciona los
problemas de salud, ni por asomo como en la pública, aunque sí la impaciencia y
desesperación.
Por otra parte, no todo lo posible es
deseable y además tampoco es sostenible. Y eso hay que admitirlo (al menos hay
que admitir que no van a parar de decirnos lo mismo). En este sentido, decía
alguien por ahí que, la definición de salud de la OMS de 1947
como un estado de completo bienestar físico, mental y social ha resultado ser
de lo más perniciosa al ampliar casi ilimitadamente el campo de acción de la
medicina y hacer creer a algunas personas, casi con fervor religioso, en la
salud absoluta. Pero ni existe la salud absoluta ni existe la posibilidad
infinita de mejorar la salud.
Colocada la “salud pública” en su sitio, debatamos
ahora: sobre las deficiencias del sistema sanitario, sobre los buitres
negociantes que transforman en problemas de salud el acné juvenil y las tetas
pequeñas y sobre las expectativas que los propios implicados han generado para
ser mitificados...
Y al que le pretendan cortar la pierna equivocada que
se vaya al juzgado o que se bata en duelo con el presunto culpable.
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