Hace algún tiempo, un servidor escribía con asiduidad en “la prensa de la Axarquía”. Un compañero de páginas me acusaba entonces de “iconoclasta”
y me dirigía directamente al diccionario para comprobar si me estaba insultando
o me echaba un piropo.
Por aquellos tiempos, frecuentaba la pequeña pantalla un
anuncio de una campaña institucional contra el maltrato machista en el que se
observaba a una mujer que está siendo maltratada por su marido, mientras,
impasibles, contemplaban la función varios ejemplos representativos de los que -en teoría- deberían velar por la pobre señora: juez, policía y profesional
sanitario. El sistema le daba la espalda y todos nos sentíamos un
poquito culpables.
En aquellos momentos coincidía con Rosa. Rosa, la
iconoclasta...
Rosa es actriz en su propia función. Cada noche acude al teatro de la vida para
representar su papel como protagonista.
En este capítulo, el final se alarga y cuando abre los ojos
se encuentra en una UVI, quince días después de que un cliente capullo,
cualquiera sabe por qué, decidiera que el desenlace se tiñera de rojo, rojo
sangre. Rosa es una yonqui, putilla de
carretera a la que apodamos “la letrada” por los tatuajes que adornaban su cuerpo
escueto. Encima del monte de Venus se
mandó colocar un cartelito donde pone “solo para campeone”, sin “s”, pero con
“ese” estilo de imprenta carcelaria.
Quince días de oscuro letargo, que a buen seguro, habrán
sido los más tranquilos de su puta vida, le devuelven al timón del territorio que ha escapado a vendas y
apósitos.
Como un conejillo acorralado y
observado en su jaula, se convierte en espectadora de los que la tienen a ella
por protagonista de la obra. De no haber sido así, como era, ella hubiera
gritado: “Mírame, #Diferencia_T “
Pero la función llega a su fin, los actores secundarios
tienen otros papeles que interpretar. Y la actriz principal se despide, camino
a las bambalinas junto a “er chino” que hará de tramoyista bajando el
telón.
Los presentes aplaudirán por lo
bien que ha funcionado todo y lo seguros que podemos sentirnos. Los únicos aplausos que oirá Rosa serán sus
propias palmadas sobre su antebrazo buscando una vena para un próximo chute que
la lleve junto a otras estrellas volviendo a sumergirse en la cara oscura del
anuncio de televisión.
¿Cómo no ser iconoclasta, compañero?
Toda la información en: http://diferenciate.org/
José Manuel Velasco
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