lunes, 1 de octubre de 2012

Expectantes ante las expectativas...



Se afirma, con razón, que el nivel de satisfacción de las expectativas de los ciudadanos, frecuentemente, no se corresponde con los mensajes triunfalistas de los organismos oficiales con responsabilidad en materia sanitaria. Suele pasar. Ambas cosas. Las expectativas no se satisfacen y los mensajes son triunfalistas y exagerados como si formaran parte de discursos políticos (que suelen serlo).

Aún así puede ser conveniente realizar algunas precisiones. El problema según mi punto de vista está en mezclar churras con merinas y salud con sistema sanitario.

La salud (y lo referido a ella) por definición, debe ser siempre un asunto público y eso no debe admitir debate. El artículo 43 de la constitución española dice textualmente:

  •  Se reconoce el derecho a la protección de la salud.
  • Compete a los poderes públicos organizar y tutelar la salud pública a través de medidas preventivas y de las prestaciones y servicios necesarios. La ley establecerá los derechos y deberes de todos al respecto.
  • Los poderes públicos fomentarán la educación sanitaria, la educación física y el deporte. Asimismo facilitarán la adecuada utilización del ocio.

Suele pasar que los “poderes públicos” se difuminen y hagan difícil pedir responsabilidades. Como suele pasar que no las pedimos. Tampoco lo hacemos bien, ni en el sitio correcto.
Que hay problemas en el sistema sanitario es obvio, como lo es, que tenemos el deber de protestar y de demandar la mejor asistencia posible exigiendo una limpieza en las filas de meapilas quemados, que mejor estarían buscando espárragos. Pero cuidado con las alternativas (que se aproximan) y con los que convierten un derecho en negocio.
El peligro, a mi modo de ver, reside en que instancias privadas pretendan aprovecharse, como lo hacen, de la frustración e insatisfacción para en río revuelto, camufladamente, enmascarar soluciones a problemas imposibles a veces, y banales otras, previo pago de sus servicios. El debate pública-privada no se sostiene salvo con argumentos estrictamente hosteleros y de complacencia.
Haciendo uso de subjetividades y experiencias me atrevo a afirmar que la asistencia privada no soluciona los problemas de salud, ni por asomo como en la pública, aunque sí la impaciencia y desesperación.

Por otra parte, no todo lo posible es deseable y además tampoco es sostenible. Y eso hay que admitirlo (al menos hay que admitir que no van a parar de decirnos lo mismo). En este sentido, decía alguien por ahí que,  la definición de salud de la OMS de 1947 como un estado de completo bienestar físico, mental y social ha resultado ser de lo más perniciosa al ampliar casi ilimitadamente el campo de acción de la medicina y hacer creer a algunas personas, casi con fervor religioso, en la salud absoluta. Pero ni existe la salud absoluta ni existe la posibilidad infinita de mejorar la salud.

Colocada la “salud pública” en su sitio, debatamos ahora: sobre las deficiencias del sistema sanitario, sobre los buitres negociantes que transforman en problemas de salud el acné juvenil y las tetas pequeñas y sobre las expectativas que los propios implicados han generado para ser mitificados...
Y al que le pretendan cortar la pierna equivocada que se vaya al juzgado o que se bata en duelo con el presunto culpable.

jueves, 14 de junio de 2012

Rebaño anestesiado.



Le oía decir el otro día al maestro Pérez Reverte que una de las diferencias del hombre actual y el de antaño radica en que padecemos una anestesia general frente a la analgesia de nuestros mayores.  Entiendo que la diferencia entre ambas situaciones se basa en que la anestesia te limita la capacidad de sentir o de los sentidos, con la consecuente tendencia a la anulación de la actividad defensiva que los estímulos nos producen.  La analgesia sin embargo evita el dolor manteniendo la conciencia acerca de las causas que lo provocan.  Entiendo también que esa anestesia es la mayoría de las veces elegida porque nos da miedo el dolor.

Lo peor, es que ese estado nos hace impermeables a un gran número de barbaridades y partícipes de un entramado “agilipollador” que a la larga tiene consecuencias y nos deja cara de tontos. Y en cierta medida, si no totalmente, contando con nuestro beneplácito consciente o inconsciente. Dice otro habitual de las columnas, aunque en otras parcelas, que a cierta edad, todo el mundo es responsable de su cara. Y creo que no le falta razón. A partir de cierta edad ­–cumplidos los 30 años, según algunos– tenemos, pues, la cara que nos merecemos, la que hemos cultivado a fuerza de muecas y mojines. Y si hiciéramos una foto panorámica seríamos copartícipes de nuestra cara general.

Ese estado letárgico-anestésico es el que nos permite seguir comiendo después de ver en las noticias que otro coleguita se ha cansao de soportar a la Mari y en lugar de irse a por tabaco, le ha endosao tres “puñalás”, teniendo la desdicha de fallar en la que se dirigía a él mismo; o que un niño de cinco años permanece en coma después de que su santa madre se sienta sorprendida de que el ogro con el que se acuesta le hubiera tratado de moldear la carita a palos a la pobre criatura.  Estos pueden ser ejemplos extremos de esa insensibilidad generalizada, dentro de un extenso abanico que nos permite soportar a don Mariano negando el rescate como ZP negaba la crisis, a los que mandan en Andalucía proponiendo recortes cuando no se cansaban, en campaña, de convencernos de lo malos que serían los tijeretazos. Nos permite ¿asumir? que se rescate a los bancos y no a las personas desahuciadas por ellos.

Anestesiados y desorientados por la pérdida de confianza en la palabra - manipulada, traicionada, ocultada, tergiversada - y en los cretinos que nos la pidieron para “Donde dije digo, digo Diego”.

José Manuel Velasco.
@jmvelascob


 Imagen extraida del blog: 

EL PROYECTO MATRIZ



miércoles, 15 de febrero de 2012

Profesionales y chapuceros.


Esto de contar con un lugar para desahogarse de vez en cuando tiene su punto. Es como un rinconcito de espacio interno, compartido, meditado y arriesgado en ocasiones.  Aunque tampoco se moja uno como para que cale.
Con el beneplácito de su interés y con algunas sutilezas vehementes como arma, desde este mirador, puede uno apuntar como un francotirador dependiendo del humor con que lo pillan a uno las esencias ibéricas y los acontecimientos más cercanos. Unas veces te cabreas como una mona, y otras te sale la sonrisilla cómplice. Y es esa antítesis permanente la que me hace darme cuenta, que hacia un lado o hacia el otro, hay bastantes repasos por dar en esta humilde sección.
El contraste entre lo que nos hace sentir bien y lo que nos invita a salir de nuestras casillas es también lo que separa a los profesionales de los chapuceros; a los comprometidos de los interesados; a los que disfrutan con su vida, con su trabajo, con sus placeres, de los imbéciles cumplidores de sus deberes cual verdugos haciendo peonadas. Profesionales y chapuceros. 
Lamentablemente, con demasiada frecuencia se les suele encontrar en lugares equivocados, distintos al que les correspondería. Afortunadamente los años nos van haciendo más selectivos, nos ayudan a reconocer el valor de lo sencillo y a sencillamente reconocer a los gilipollas.

Francisco Leal, ponía en la chapita que lucía en su pecho cuando se acercó y me preguntó, ¿ha terminado usted? Cuando levanté la cabeza y me quité los auriculares, observé que ese hombre de casi sesenta, que a las dos de la madrugada recogía en Barajas los restos que nuestra desesperada espera generaba, se refería a mí y al vasito de plástico del café perruno de máquina que –vacío- había dejado en el asiento de al lado. Con aspecto amable y como si se tratara del mejor maître, del mejor restaurante francés, lo echó a su carrito de la basura, para con gestos suaves, despedirse amablemente, seguir durante toda la noche y ganarse los merecidos treinta mil duros a final de mes.
Don Armando García, ponía en la del capullo, engominao uniformado que, detrás de un mostrador y una ventanilla respondió malhumorado a un abuelillo que, casi a las tres de la mañana y después de cinco horas de retraso anunciado a intervalos de diez minutos, preguntó si todavía deberíamos esperar mucho más.

Profesional Don Francisco y chapucero Armandito. Algún día habría que ponerlos a cada uno en su sitio aunque desde esta atalaya particular ya ocupen el correcto.