viernes, 29 de abril de 2011
martes, 19 de abril de 2011
Dice una voz popular...
Dice una voz popular, ¿Quien me presta una escalera para subir al madero para quitarle los clavos a Jesús el Nazareno... ?
A saber lo que diría el Nazareno si realmente alguien le quitara los clavos y pudiese apreciar por si mismo en lo que se ha convertido su entierro.
Todos los fenómenos analizados con detenimiento tienen matices que escapan de la razón. Lo que pasa es que no siempre es apetecible que se produzca ese análisis.
La sociología vista desde fuera parece una ciencia abstracta y desligada del día a día. La sociología aplicada a la realidad nos haría ser mucho más conscientes de nuestras miserias y más responsables de nuestros actos por lo que quizás no estaríamos dispuestos a tanto.
En esta época del año se suceden distintos periodos que bien merecerían un buen analista. Llega la primavera, que el cuerpo altera, y con ella aparece un ansia de fiesta, vacaciones, etc., que obliga a celebrar todo tipo de cosas.
Por razones históricas pero coincidentes con este periodo, la semana santa no puede escaparse de ese aire lúdico festivo propio del momento. Independientemente de que esta manifestación religiosa aguantara, por si mismo, algún tipo de análisis, que teóricamente debería hacerse desde el punto de vista de la teología, se han ido añadiendo matices que, cuando menos, hacen necesaria una reflexión.
Hace unos años una ex_ Ministra de Sanidad, otra a analizar, se convierte en pregonera de la semana santa malagueña. Ella, se sentía muy contenta por ser la primera mujer a quien se daba la oportunidad de ocupar tan ilustre privilegio. Cuando una avezada periodista le preguntó cómo se compaginaba eso con su declarado agnosticismo la respuesta es que la vida personal y las creencias de cada uno constituyen parte de la intimidad de cada cual y por tanto se niega a hablar del tema. Muy respetable su segunda apreciación señora ex ministra.
En Sevilla, Don Curro Romero, mataor de prestigio ya retirado el hombre, esperaba emocionado, con lagrimas en los ojos, para ver como sale del templo su virgen favorita estrenando nuevo manto elaborado con uno de sus trajes de luces más preciados.
Los bomberos de Nueva York que estaban de gala por Europa, procesionan otro trono sumándose a una celebración popular de un pueblo que hasta hace poco creían que estaba debajo de México.
El alcalde de Málaga (he dicho bien el alcalde, no el obispo) interviene en un programa líder de audiencia de la mañana radiofónica para exhibir las ventajas de la semana santa malagueña con respecto a otras porque claro “la Costa del Sol tiene un caché”.
Los periódicos añaden suplementos con publicidad abundante donde se explican con detalle pero con un lenguaje un tanto enrevesado los por menores de la festividad.
Algunos canales televisivos se convierten en casi monográficos y extremadamente detallistas a la hora de retransmitir cada minuto de la pasión popular.
La cabra de los novios de la muerte bien merecería capítulo aparte.
Y esta pasión crece y crece sin cesar pues se unen a ella los condimentos necesarios para hacer un buen cocktail de emoción y espectáculo. Se da el caldo de cultivo propicio para que todos aquellos personajes ávidos de emoción y cansados de celebraciones aburridas necesiten algo más y se sientan defraudados por no tener pregoneros, ni ministras ni bomberos...
Ya se quedan cortas las sensaciones que provoca una saeta en la puerta de Gonzalo, el olor a cera e incienso o la callada emoción de unas mujeres descalzas con velas en las manos siguiendo a unas imágenes en procesión.
Todo esto sin adornos ya tiene un trago, cuanto más con ellos.
En Torrox, aún conservamos una celebración modesta aunque no menos emocionante. Mejor dicho coexisten varias celebraciones. Al igual que varias intenciones. Por un lado, los que intentan unirse al carro de la modernidad (por aquello de que lo que está de moda es hacer la fiesta lo más aparente posible), o todo o nada; y los que tratan de vivirlo desde otra perspectiva no menos pretenciosa pero sí menos ruidosa.
Puedo leer, en este momento, en un documento usado por los grupos parroquiales de Torrox para la celebración de la semana santa 2002, una frase que se encuentra bajo dos crucifijos distintos en la que dice. “Ningún crucificado tiene interés turístico, pero sí dignidad humana”. En ese mismo documento se recoge una oración como el Padre Nuestro, por todos conocido, con algunas adaptaciones. Después de decir el sacerdote: “...en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día...” Se añade luego otra frase para el resto de los asistentes que dice: “...pero dáselo sobre todo a los que no lo tienen, a los hijos que mueren de hambre, y a los padres que no tienen ni fuerza ni trabajo para ganárselo. Da a todos el pan de la cultura, el pan de la paz...” y continúa...
Pero esto no sale en la tele, ni en la radio... Y sale en “La Prensa” porque alguien que está cansado de escuchar tonterías tiene amigos que, independientemente de las creencias particulares de cada cual, como dice la ministra, están dispuestos a analizar lo que ocurre a su alrededor desde la profundidad que haga falta sin necesidad de coincidir, ni de micros, ni de radio, ni de alcaldes al lado, ni autoridades de escolta, ni bomberos norteamericanos.
“...No puedo cantar ni quiero, a ese Jesús del madero sino al que anduvo en la mar...”
A saber lo que diría el Nazareno si realmente alguien le quitara los clavos y pudiese apreciar por si mismo en lo que se ha convertido su entierro.
Todos los fenómenos analizados con detenimiento tienen matices que escapan de la razón. Lo que pasa es que no siempre es apetecible que se produzca ese análisis.
La sociología vista desde fuera parece una ciencia abstracta y desligada del día a día. La sociología aplicada a la realidad nos haría ser mucho más conscientes de nuestras miserias y más responsables de nuestros actos por lo que quizás no estaríamos dispuestos a tanto.
En esta época del año se suceden distintos periodos que bien merecerían un buen analista. Llega la primavera, que el cuerpo altera, y con ella aparece un ansia de fiesta, vacaciones, etc., que obliga a celebrar todo tipo de cosas.
Por razones históricas pero coincidentes con este periodo, la semana santa no puede escaparse de ese aire lúdico festivo propio del momento. Independientemente de que esta manifestación religiosa aguantara, por si mismo, algún tipo de análisis, que teóricamente debería hacerse desde el punto de vista de la teología, se han ido añadiendo matices que, cuando menos, hacen necesaria una reflexión.
Hace unos años una ex_ Ministra de Sanidad, otra a analizar, se convierte en pregonera de la semana santa malagueña. Ella, se sentía muy contenta por ser la primera mujer a quien se daba la oportunidad de ocupar tan ilustre privilegio. Cuando una avezada periodista le preguntó cómo se compaginaba eso con su declarado agnosticismo la respuesta es que la vida personal y las creencias de cada uno constituyen parte de la intimidad de cada cual y por tanto se niega a hablar del tema. Muy respetable su segunda apreciación señora ex ministra.
En Sevilla, Don Curro Romero, mataor de prestigio ya retirado el hombre, esperaba emocionado, con lagrimas en los ojos, para ver como sale del templo su virgen favorita estrenando nuevo manto elaborado con uno de sus trajes de luces más preciados.
Los bomberos de Nueva York que estaban de gala por Europa, procesionan otro trono sumándose a una celebración popular de un pueblo que hasta hace poco creían que estaba debajo de México.
El alcalde de Málaga (he dicho bien el alcalde, no el obispo) interviene en un programa líder de audiencia de la mañana radiofónica para exhibir las ventajas de la semana santa malagueña con respecto a otras porque claro “la Costa del Sol tiene un caché”.
Los periódicos añaden suplementos con publicidad abundante donde se explican con detalle pero con un lenguaje un tanto enrevesado los por menores de la festividad.
Algunos canales televisivos se convierten en casi monográficos y extremadamente detallistas a la hora de retransmitir cada minuto de la pasión popular.
La cabra de los novios de la muerte bien merecería capítulo aparte.
Y esta pasión crece y crece sin cesar pues se unen a ella los condimentos necesarios para hacer un buen cocktail de emoción y espectáculo. Se da el caldo de cultivo propicio para que todos aquellos personajes ávidos de emoción y cansados de celebraciones aburridas necesiten algo más y se sientan defraudados por no tener pregoneros, ni ministras ni bomberos...
Ya se quedan cortas las sensaciones que provoca una saeta en la puerta de Gonzalo, el olor a cera e incienso o la callada emoción de unas mujeres descalzas con velas en las manos siguiendo a unas imágenes en procesión.
Todo esto sin adornos ya tiene un trago, cuanto más con ellos.
En Torrox, aún conservamos una celebración modesta aunque no menos emocionante. Mejor dicho coexisten varias celebraciones. Al igual que varias intenciones. Por un lado, los que intentan unirse al carro de la modernidad (por aquello de que lo que está de moda es hacer la fiesta lo más aparente posible), o todo o nada; y los que tratan de vivirlo desde otra perspectiva no menos pretenciosa pero sí menos ruidosa.
Puedo leer, en este momento, en un documento usado por los grupos parroquiales de Torrox para la celebración de la semana santa 2002, una frase que se encuentra bajo dos crucifijos distintos en la que dice. “Ningún crucificado tiene interés turístico, pero sí dignidad humana”. En ese mismo documento se recoge una oración como el Padre Nuestro, por todos conocido, con algunas adaptaciones. Después de decir el sacerdote: “...en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día...” Se añade luego otra frase para el resto de los asistentes que dice: “...pero dáselo sobre todo a los que no lo tienen, a los hijos que mueren de hambre, y a los padres que no tienen ni fuerza ni trabajo para ganárselo. Da a todos el pan de la cultura, el pan de la paz...” y continúa...
Pero esto no sale en la tele, ni en la radio... Y sale en “La Prensa” porque alguien que está cansado de escuchar tonterías tiene amigos que, independientemente de las creencias particulares de cada cual, como dice la ministra, están dispuestos a analizar lo que ocurre a su alrededor desde la profundidad que haga falta sin necesidad de coincidir, ni de micros, ni de radio, ni de alcaldes al lado, ni autoridades de escolta, ni bomberos norteamericanos.
“...No puedo cantar ni quiero, a ese Jesús del madero sino al que anduvo en la mar...”
jueves, 14 de abril de 2011
El talante de los cajeros con chaqueta, corbata y gomina.
Desde hace ya algunos años en que Zapatero sacara del cajón la palabra “talante”, dicho término se ha investido de poderes sorprendentes. Si al igual que se miden las audiencias de televisiones y radios, hubiera posibilidad de medir el número de veces que se ha usado la palabra “talante” desde el 2004, creo que podríamos observar una gran revalorización del término. La palabrita en cuestión provoca efectos desconocidos hasta la fecha de forma que algunos la han incorporado a su lenguaje habitual y otros la detestan encasillando a los que la emplean.
Les cuento: no es que yo tenga nada en contra de las chaquetas y las corbatas pero coincidirán conmigo en que esas dos prendas combinadas con un poquito de gomina en el pelo y un silloncito tras una mesa, en determinados momentos, provocan una metamorfosis en la personalidad de los portadores de dicho atuendo.
Les pongo un ejemplo. Me disponía yo el otro día a realizar un pago de un recibo que no viene al cuento en la oficina de Unicaja más cercana que tampoco viene al cuento. Tras una corta espera, llega mi turno y tras explicar mi intención, mi gozo en un pozo, me dice el señor de la corbata que hoy es viernes y son las once de la mañana. Vuelva usted el martes y más tempranito, entre las ocho treinta y las diez y media. Perplejo, miro a uno y otro lado constatando que entre el otro colega del engominao y yo, sumábamos tres. O sea, que estábamos solitos, casi en familia y no veía yo motivo alguno por el que tener que posponer a otro día, que a mi no me hacía ninguna gracia, una operación que, por mucho que se complicara, no duraría más de dos minutos. Cuando pregunto el por qué de esa imposibilidad, me explican que hay una norma establecida que figura en una normativa interna y que las normas no se hacen por gusto sino para cumplirlas. Sin entender aún y sin compartir aún menos, eso del obligado cumplimiento de normas absurdas me dispongo a usar mi condición de cliente que pensaba yo que siempre tenía la razón. Ejerzo como tal y solicito, relleno y presento la pertinente hoja de reclamaciones provocando un enaltecimiento del susodicho cajero y un deseo irrefrenable de ejercer aún más de Señor con chaqueta, corbata y gomina. Fue entonces cuando, creo que equivocadamente, saqué a la palestra la palabra “talante”, sin pensar, necio de mí, que la combinación de los elementos mencionados con la palabreja del año pudiera provocar reacciones tan desproporcionadas.
Desde entonces, me he propuesto usar con más precaución la palabra “talante” y a los cajeros engominados, enchaquetados, encorbatados y agilipollados, mandarlos directamente y sin más miramientos a tomar por donde la espalda pierde su honroso nombre.
José Manuel Velasco Bueno.
Les cuento: no es que yo tenga nada en contra de las chaquetas y las corbatas pero coincidirán conmigo en que esas dos prendas combinadas con un poquito de gomina en el pelo y un silloncito tras una mesa, en determinados momentos, provocan una metamorfosis en la personalidad de los portadores de dicho atuendo.
Les pongo un ejemplo. Me disponía yo el otro día a realizar un pago de un recibo que no viene al cuento en la oficina de Unicaja más cercana que tampoco viene al cuento. Tras una corta espera, llega mi turno y tras explicar mi intención, mi gozo en un pozo, me dice el señor de la corbata que hoy es viernes y son las once de la mañana. Vuelva usted el martes y más tempranito, entre las ocho treinta y las diez y media. Perplejo, miro a uno y otro lado constatando que entre el otro colega del engominao y yo, sumábamos tres. O sea, que estábamos solitos, casi en familia y no veía yo motivo alguno por el que tener que posponer a otro día, que a mi no me hacía ninguna gracia, una operación que, por mucho que se complicara, no duraría más de dos minutos. Cuando pregunto el por qué de esa imposibilidad, me explican que hay una norma establecida que figura en una normativa interna y que las normas no se hacen por gusto sino para cumplirlas. Sin entender aún y sin compartir aún menos, eso del obligado cumplimiento de normas absurdas me dispongo a usar mi condición de cliente que pensaba yo que siempre tenía la razón. Ejerzo como tal y solicito, relleno y presento la pertinente hoja de reclamaciones provocando un enaltecimiento del susodicho cajero y un deseo irrefrenable de ejercer aún más de Señor con chaqueta, corbata y gomina. Fue entonces cuando, creo que equivocadamente, saqué a la palestra la palabra “talante”, sin pensar, necio de mí, que la combinación de los elementos mencionados con la palabreja del año pudiera provocar reacciones tan desproporcionadas.
Desde entonces, me he propuesto usar con más precaución la palabra “talante” y a los cajeros engominados, enchaquetados, encorbatados y agilipollados, mandarlos directamente y sin más miramientos a tomar por donde la espalda pierde su honroso nombre.
José Manuel Velasco Bueno.
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