Nunca he considerado las gasolineras como lugares ideales para nada, salvo para apreciar con sorpresa una y otra vez lo fácil que resulta quemar el dinero. Como las monedas no arden, las cambiamos por combustible en un trueque en el que siempre salimos perdiendo.
Las gasolineras ya no son lo que eran ni por precios ni por nada. Cada vez, se van pareciendo más a estaciones espaciales ultramodernas e impersonales. Los gasolineros de antes –especie en extinción- que mientras te echaban el chorrito te contaban la noticia del día, han pasado a estar detrás de un altavoz.
El otro día, de pronto uno me dió un susto: descuelgo la manguera y una voz femenina, calida y sensual me dice “ha elegido usted patatín patatán”. De pronto, otra voz más ruda y autoritaria añade “Caballero, tiene que pasar por caja antes de repostar”. Comprobé que el fulano que se encontraba al fondo en su refugio tras la mampara de cristal, ejerciendo su parcelita de poder, me miraba como diciendo: “´ésto es lo que hay rapidillo, que eres tú muy rapidillo”. Al colgar la chica añadió “gracias por repostar con nosotros, le deseamos un feliz viaje”. Me entraron ganas de contestarle que todavía no había empezado.
Me voy para el muchacho, le explico que tenía la intención de llenar el depósito y que por tanto, no podía precisarle cuanto quería echar. A través del intercomunicador, la voz metálica me vuelve a contestar en tono conminatorio, “caballero, para eso me tiene que dejar su tarjeta o un depósito en metálico”. Me eché mano a la cartera para cumplir con mi obligación como “caballero” mientras pensaba que en realidad el capullo este, que no era más que un mandao del capullo de su jefe, no se fiaba de mí. No es que tenga que exigir que nadie lo haga, pero por qué me tenía yo que fiar de él.
Le dí las buenas noches y por no mandarlo a paseo, me lo di yo hasta la próxima gasolinera donde, sin ningún problema, reposté lo que necesité y pagué tras decirle “de nada” a la chica enlatada.
Imagínese usted que va a cenar a un restaurante y el camarero le dice: Págueme antes o déjeme un depósito. O que va al supermercado y le endosan la cuenta antes de hacer la compra de la semana.
Mire usted señor gasolinero, présteme un servicio y cóbreme lo que quiera, pero no me pida que me fíe de quien manifiestamente desconfía de mí.
Mire usted, si ese día la gasolinera Repsol de Algarrobo no hubiera hecho nada de caja porque todos los “clientes sospechosos” se hubieran ido a la siguiente en Benagalbón como hice yo, usted tendría que joderse y no tendría más remedio que ser más confiado, cuidar a los clientes que en definitiva son los que le dan de comer o cerrar el chiringuito.
Mientras tanto, no estaría mal que alguna asociación de consumidores hiciera uno de esos estudios que establecen ranking de todo, asegurándole un lugar privilegiado en el de gasolineros desconfiados.
José Manuel Velasco.
domingo, 27 de marzo de 2011
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