Le oía decir el otro día al maestro Pérez
Reverte que una de las diferencias del hombre actual y el de antaño radica en
que padecemos una anestesia general frente a la analgesia de nuestros
mayores. Entiendo que la diferencia
entre ambas situaciones se basa en que la anestesia te limita la capacidad de
sentir o de los sentidos, con la consecuente tendencia a la anulación de la actividad
defensiva que los estímulos nos producen.
La analgesia sin embargo evita el dolor manteniendo la conciencia acerca
de las causas que lo provocan. Entiendo
también que esa anestesia es la mayoría de las veces elegida porque nos da
miedo el dolor.
Lo peor, es que ese estado nos hace
impermeables a un gran número de barbaridades y partícipes de un entramado
“agilipollador” que a la larga tiene consecuencias y nos deja cara de tontos. Y
en cierta medida, si no totalmente, contando con nuestro beneplácito consciente
o inconsciente. Dice otro habitual de las columnas, aunque en otras parcelas,
que a cierta edad, todo el mundo es responsable de su cara. Y creo que no le
falta razón. A partir de cierta edad –cumplidos los 30 años, según algunos–
tenemos, pues, la cara que nos merecemos, la que hemos cultivado a fuerza de muecas
y mojines. Y si hiciéramos una foto panorámica seríamos copartícipes de nuestra
cara general.
Ese estado
letárgico-anestésico es el que nos permite seguir comiendo después de ver en
las noticias que otro coleguita se ha cansao de soportar a la Mari y en lugar de irse a por
tabaco, le ha endosao tres “puñalás”, teniendo la desdicha de fallar en la que
se dirigía a él mismo; o que un niño de cinco años permanece en coma después de
que su santa madre se sienta sorprendida de que el ogro con el que se acuesta le
hubiera tratado de moldear la carita a palos a la pobre criatura. Estos pueden ser ejemplos extremos de esa
insensibilidad generalizada, dentro de un extenso abanico que nos permite
soportar a don Mariano negando el rescate como ZP negaba la crisis, a los que mandan
en Andalucía proponiendo recortes cuando no se cansaban, en campaña, de
convencernos de lo malos que serían los tijeretazos. Nos permite ¿asumir? que se
rescate a los bancos y no a las personas desahuciadas por ellos.
Anestesiados
y desorientados por la pérdida de confianza en la palabra - manipulada,
traicionada, ocultada, tergiversada - y en los cretinos que nos la pidieron
para “Donde dije digo, digo Diego”.
José
Manuel Velasco.
@jmvelascob
Imagen extraida del blog:
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