Esto de contar con un lugar
para desahogarse de vez en cuando tiene su punto. Es como un rinconcito de
espacio interno, compartido, meditado y arriesgado en ocasiones. Aunque
tampoco se moja uno como para que cale.
Con el beneplácito de su
interés y con algunas sutilezas vehementes como arma, desde este mirador, puede
uno apuntar como un francotirador dependiendo del humor con que lo pillan a uno
las esencias ibéricas y los acontecimientos más cercanos. Unas veces te cabreas
como una mona, y otras te sale la sonrisilla cómplice. Y es esa antítesis
permanente la que me hace darme cuenta, que hacia un lado o hacia el otro, hay
bastantes repasos por dar en esta humilde sección.
El contraste entre lo que
nos hace sentir bien y lo que nos invita a salir de nuestras casillas es
también lo que separa a los profesionales de los chapuceros; a los
comprometidos de los interesados; a los que disfrutan con su vida, con su
trabajo, con sus placeres, de los imbéciles cumplidores de sus deberes cual
verdugos haciendo peonadas. Profesionales y chapuceros.
Lamentablemente, con
demasiada frecuencia se les suele encontrar en lugares equivocados, distintos
al que les correspondería. Afortunadamente los años nos van haciendo más
selectivos, nos ayudan a reconocer el valor de lo sencillo y a sencillamente
reconocer a los gilipollas.
Francisco Leal, ponía en la
chapita que lucía en su pecho cuando se acercó y me preguntó, ¿ha terminado
usted? Cuando levanté la cabeza y me quité los auriculares, observé que ese
hombre de casi sesenta, que a las dos de la madrugada recogía en Barajas los
restos que nuestra desesperada espera generaba, se refería a mí y al vasito de
plástico del café perruno de máquina que –vacío- había dejado en el asiento de
al lado. Con aspecto amable y como si se tratara del mejor maître, del mejor
restaurante francés, lo echó a su carrito de la basura, para con gestos suaves,
despedirse amablemente, seguir durante toda la noche y ganarse los merecidos
treinta mil duros a final de mes.
Don Armando García, ponía
en la del capullo, engominao uniformado que, detrás de un mostrador y una
ventanilla respondió malhumorado a un abuelillo que, casi a las tres de la
mañana y después de cinco horas de retraso anunciado a intervalos de diez minutos,
preguntó si todavía deberíamos esperar mucho más.
Profesional Don Francisco y
chapucero Armandito. Algún día habría que ponerlos a cada uno en su sitio
aunque desde esta atalaya particular ya ocupen el correcto.
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