Desde hace ya algunos años en que Zapatero sacara del cajón la palabra “talante”, dicho término se ha investido de poderes sorprendentes. Si al igual que se miden las audiencias de televisiones y radios, hubiera posibilidad de medir el número de veces que se ha usado la palabra “talante” desde el 2004, creo que podríamos observar una gran revalorización del término. La palabrita en cuestión provoca efectos desconocidos hasta la fecha de forma que algunos la han incorporado a su lenguaje habitual y otros la detestan encasillando a los que la emplean.
Les cuento: no es que yo tenga nada en contra de las chaquetas y las corbatas pero coincidirán conmigo en que esas dos prendas combinadas con un poquito de gomina en el pelo y un silloncito tras una mesa, en determinados momentos, provocan una metamorfosis en la personalidad de los portadores de dicho atuendo.
Les pongo un ejemplo. Me disponía yo el otro día a realizar un pago de un recibo que no viene al cuento en la oficina de Unicaja más cercana que tampoco viene al cuento. Tras una corta espera, llega mi turno y tras explicar mi intención, mi gozo en un pozo, me dice el señor de la corbata que hoy es viernes y son las once de la mañana. Vuelva usted el martes y más tempranito, entre las ocho treinta y las diez y media. Perplejo, miro a uno y otro lado constatando que entre el otro colega del engominao y yo, sumábamos tres. O sea, que estábamos solitos, casi en familia y no veía yo motivo alguno por el que tener que posponer a otro día, que a mi no me hacía ninguna gracia, una operación que, por mucho que se complicara, no duraría más de dos minutos. Cuando pregunto el por qué de esa imposibilidad, me explican que hay una norma establecida que figura en una normativa interna y que las normas no se hacen por gusto sino para cumplirlas. Sin entender aún y sin compartir aún menos, eso del obligado cumplimiento de normas absurdas me dispongo a usar mi condición de cliente que pensaba yo que siempre tenía la razón. Ejerzo como tal y solicito, relleno y presento la pertinente hoja de reclamaciones provocando un enaltecimiento del susodicho cajero y un deseo irrefrenable de ejercer aún más de Señor con chaqueta, corbata y gomina. Fue entonces cuando, creo que equivocadamente, saqué a la palestra la palabra “talante”, sin pensar, necio de mí, que la combinación de los elementos mencionados con la palabreja del año pudiera provocar reacciones tan desproporcionadas.
Desde entonces, me he propuesto usar con más precaución la palabra “talante” y a los cajeros engominados, enchaquetados, encorbatados y agilipollados, mandarlos directamente y sin más miramientos a tomar por donde la espalda pierde su honroso nombre.
José Manuel Velasco Bueno.
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