viernes, 24 de diciembre de 2010

Todo es mentira.

Todo es mentira.
Ese es el nombre de una película del noventa y cuatro o noventa y cinco, en la que un joven Coque Malla interpretaba al joven Pablito. Ayer la vi de nuevo y me reí como entonces, de la peli y de lo que irónicamente analiza.
Pablito era un niño bueno cansado de serlo y de parecerlo, con las consiguientes limitaciones que esa apariencia le acarreaba para los asuntos de la carne y el placer. En ocasiones, se planteaba convertirse en un completo malvado para así conseguir adaptarse a su entorno. Cuando se le nublaba el presente, dimitía y ponía rumbo a Cuenca donde, según creía, encontraría su propio paraíso personal. Como moraleja, podríamos extraer que la verdad que nos rodea es el resumen de las mentiras que vivimos y nos creemos. En los momentos en que despertamos y nos damos de bruces con ellas, tratamos de reservar billete para Cuenca, unos, o para otros destinos más inciertos, otros.
Los seres humanos mentimos con la lengua y con el rostro, por exageración o por omisión, de forma explícita o sutil, al disimular los sentimientos y al contar nuestra vida. Como decía Mark Twain, “todo el mundo miente… cada día, cada hora, despiertos o durmiendo, en los sueños, en las alegrías y en las penas. Si alguien se sujetase la lengua con las manos, sus pies, sus ojos, su cuerpo seguirán expresando engaño”. La mentira forma parte de las relaciones humanas, tanto en la amistad o en las relaciones afectivas como en la política o en el comercio. Hay estudios que indican que mentimos sin cesar y aparentemente sin necesidad, con conocidos y con desconocidos.
Una de las claves biológicas de la mentira la ha aportado el estudio del cerebro de los mentirosos patológicos. Un trabajo publicado en The British Journal of Psychiatry y realizado con personas que habitualmente mienten, estafan y manipulan a los demás ha mostrado que presentan diferencias estructurales en su corteza cerebral prefrontal. Los mentirosos patológicos tienen más sustancia blanca y menos sustancia gris en esta área del cerebro relacionada con el comportamiento moral y los remordimientos.
Lo cierto es que vivimos rodeados de mentiras, y de mentirosos y mentirosas por cierto. Lo peor, es que llega un momento en que no somos capaces de diferenciar lo cierto de lo que no lo es, lo verdadero de lo engañoso, la certeza de la incertidumbre que a fuerza de reiterarse acaba pareciendo real.
Pero uno de los mayores escollos es que el engaño viene a menudo de la mano del autoengaño.
Así las cosas, distinguir la verdad de la mentira se antoja en algunos casos una tarea casi imposible, como imposible nos resultará discernir si la felicidad que nos invadirá en los próximos días no será parte de otra mentira.
En cualquier caso, FELICIDADES.


José Manuel Velasco.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Los latidos... que terriblemente absurdo es...



Con lo fácil que es acercarse, por qué hay quien se empeña en distanciarse, apartarse, diferenciarse, peeerderse? Me gusta sentir tu latido, tus latidos.

Que poco rato dura la vida eterna...


Librarse de los tontos no es fácil aunque nos sobran los motivos.

Proteste usted hombre, proteste...

Decía el filósofo que el inconformismo es el que hace avanzar al mundo.
Es probable, pero cuando no se expresa y solo remueve nuestros adentros, solo puede, si acaso, hacernos avanzar a cada uno de nosotros(que no es poco).
El inconformismo explícito se convierte en protesta y eso ya tiene otros matices.
Protestamos poquito, o al menos, de una forma efectiva (por lo bajini sí que somos especialistas).
Somos protestones cotillas, o cotillas sin más. Nos falta valor para afrontar las cosas que NO nos gustan ( y las que SI nos gustan también), planteárnoslas en serio y mostrarlas a la galería.
Tampoco hay que pasarse, los hay que no hacen otra cosa y le sacan pegas a todo sin aportar la más mínima solución, calentándose de forma constante y calentando al que se le ponga por delante (en el sentido menos placentero del asunto). Estos desacreditan el poder de una buena protesta.
Y es que yo creo que en esto de protestar, las maneras dicen mucho. Te pueden dejar como un señor o convertirte en un verdadero gilipollas.
Hace tiempo escuchaba una entrevista a Albert Boadella (protestón artístico donde los haya) en la cual decía el hombre, que la gente cada vez tiene la piel más dura y son menos las cosas que la atraviesan.

Protestamos poco señores y además mal. O mejor dicho, protestamos mucho pero de mala manera y poco de forma adecuada.
La protesta individual se queda la mayoría de las veces en pataleta que no nos lleva a nada. A nada más, que a aumentar el mosqueo producido por el motivo original de nuestro descontento junto a la impotencia de que no se resuelva. Infravaloramos el poder de las hojas de reclamaciones y los efectos que pueden provocar, al menos en el careto del calvente objeto de nuestra rabieta.

Cuando la protesta es colectiva nos ponemos un poco más gallitos. Pero aún en esos menesteres nos faltan formas y a veces conocimiento del fondo. En general suele ponerse más énfasis en la protesta que en los motivos que la originan.
También están los especialistas en quitarle hierro a las mismas de manera que tratan de convertir las más justas reivindicaciones en caprichos de grupúsculos inconformistas, acusando a los incitadores de “pepitos grillo” con falta de perspectiva general, de responsabilidad, egoístas... Se relativiza todo hasta el nivel de lo absurdo. Y claro, si nos ponemos a relativizar, todo se acaba justificando. Cuando las justificaciones no convencen siempre queda un buen decreto, urgente e inapelable.
Y en esos momentos, en los que la protesta debería ser aún mas airada, es cuando nos bajamos los pantalones y nos ponemos mirando a Gibraltar.

Aquellos ex de Sintel deberían poner una academia y formar “Master en protestas”.
Pasó el 29S (parece el lugar donde dejaste el coche en el parking del hiper) y como saben, hubo huelga general contra algo que ya está impuesto. Después de este día probablemente importe poco el qué se haya cambiado. Lo importante habrá sido la protesta y esta ya acabó independientemente de su fruto. La valoración seguirá siendo desigual y dependiendo de quién contara a los huelguistas el seguimiento habrá sido magnífico o testimonial. El 30, todo seguía igual, en la cumbre europea seguirán negando la entrada a los que no lleven corbata y chaqueta, así que a protestar.

Puede que todo esto sea consecuencia de nuestra propia historia que ha sabido hacernos fieles acatadores de lo establecido, debiendo entonces admitir que cohabiten los oprimidos por “lo que debe ser” con los que sacan tajada del pastel. O puede que no, que los que se sienten castigados (caprichosamente o no), le den una patada un día a la mesa y acaben poniendo hacia la todavía colonia británica hasta al amable defensor del pueblo andaluz.
Después se pierden las formas, claro, la gente se caldea y el capullo del Bin Laden se monta su película en el ombligo del mundo, los palestinos se atan bombitas a su propio body para llevarse a unos cuantos compañeros en su último viaje..., el niñato universitario de Kansas se lía a tiros con sus compis protestando porque su profe no le aprueba la historia. El marido mosqueado le pega cuatro tiros a “su” mujer porque no le gusta el estofao, y protestamos porque el mundo está mu mal y porque vaya ejemplo que le vamos a dejar a nuestros niños...

Y seguimos protestando, porque los servicios mínimos son mayores que los “normales”, porque nos quitan el “per” “por” la cara, porque los moritos que vienen de vacaciones a Spain no tienen buena pinta, porque los obispos no se callan ni aunque les pongan clases de religión obligatoria en los colegios láicos, porque no se ponen medios para que una ley educativa funcione cuando ésta se cambia, porque hay que ver que protestones son los que protestan, porque me rompo los cuernos trabajando y no llego a fin de mes, porque mi vecina no paga la comunidad, no se puede arreglar la antena colectiva y no puedo ver el partido del mundial...

Proteste usted hombre, proteste.


José Manuel Velasco.
(Protestón aficcionado. vease: Problema con MAPFRE )

viernes, 3 de diciembre de 2010

El aburrimiento surge cuando el conformismo domina

Pero también podemos elegir no aburrirnos..., ni conformarnos.